Mi primo se casa. Le deseo que el día de su boda sea el
primero de muchos días felices y que todo salga bien. A pesar del dineral que
supone el regalo de boda, que ahorré poco a poco en mi hucha, aprovecharé para
reunirme con mi familia.
El problema de las bodas es que te encuentras con que te
faltan muchas cosas y te toca adquirirlas o pedirlas prestadas. Ropa, calzado, peluquería, regalo y
desplazamientos pueden salir por un pico.
Como ya tenía vestido largo de otras bodas y no me lo habían visto, me decido a aprovechar uno de
los dos que tengo. Tengo uno rosa de encaje con muchos brillos y uno totalmente
liso de color azul con toques negros. Me decido por este último porque es más
combinable, y tengo un bolso negro. Sólo necesito los zapatos.
Mi madre, mi hermana y yo vamos a un centro comercial un
sábado por la mañana. Nuestra idea era buscar mis zapatos, ropa para ella y
aprovechar para comer las tres juntas y disfrutar de nuestra mutua compañía.
Para mí, además de esto, fue una experiencia enriquecedora
al comprobar cuánto había metido el minimalismo en mi vida aunque compré una cosa no prevista.
Experiencia número uno: los zapatos de la boda.
Mi idea era comprar unos zapatos negros, pues ya tengo el
bolso negro y que fueran reutilizables. Como estoy operada de la zona lumbar (una artrodesis),
no puedo hacer mucho el tonto con los zapatos. Previamente había seleccionado qué zapatos iban a salir de mi casa y por lo tanto, de mi vida.
A pesar de que mi madre se dedicó a darme la lata para que
comprase unos de fiesta, descarté la idea de inmediato. ”Por si tienes más
bodas”, argumentaba. Los amigos de mi novio ya están todos “colocados” y mis
amigas pasan de ese tema. También hemos reducido la asistencia a BBCs al mínimo. Ese por si acaso quedaba totalmente descartado. Un zapato de fiesta es algo
que uno se pone dos o tres veces en la vida, por lo que el gasto no se
“amortiza” y ocupan sitio en el armario. Al final compré unas sandalias negras
de charol con tacón ancho, cómodo y fácilmente combinable.
Mi madre (no en ese día pero sí en otros) compró unos zapatos de fiesta de
color plata. He de decir que eran cómodos y muy bonitos, fabricado en España y
que costó su dinero. Para bailar, compró unas sandalias de cuña color plata
(que se llevan este año). Y como no tiene bolso de ese color, tuvo que adquirir uno.
Resultado: mi madre un bolso y dos pares de zapatos, yo un
par de sandalias
Experiencia número dos: camisetas y vestidos.
Tras haber comprado los sandalias, entré con mi hermana y mi
madre en una cadena de tienda de ropa. Buscaba algo que fuera cómodo y fresquito. Tras mirar mucho, las tres fuimos con
una brazada de ropa al probador. Mi hermana compró tres prendas sin probarlas,
dice que en el probador se ve rara. Mi madre y yo nos probamos las nuestras.
Mi primer impulso era comprarlas, pero en el probador ya más
calmada empecé a pensar. Las tres camisetas que escogí tenían la tela de muy
mala calidad, incluso una tenía pelotitas sin haber salido de la tienda. En caso de lavarla y poner el bolso encima, tendría más bolitas que un árbol de Navidad. El
vestido me hacía una bolsa muy fea y se me veía la cicatriz de la espalda. Tendría
que salir varias prendas del armario (entra uno, sale otro) y descarto utilizarlas
el año siguiente.
Conclusión, salgo de la tienda con las manos vacías. En otra
tienda encuentro un vestido y lo compro. Son 40 euros pero me queda genial, es
precioso y buena calidad. Saldrá de mi armario un vestido que me queda fatal.
En vez de la cantidad, me centré en la calidad y ahora toca
disfrutar del vestido.
¡Enhorabuena por el día de compras tan bien aprovechado!
ResponderEliminarYo siempre he sido una compradora compulsiva, pero desde hace un tiempo, antes de comprar nada me pienso dos veces si realmente me gusta tanto y si me sienta bien, porque tengo un montón de ropa con etiquetas incluso o que me he puesto una vez y no me ha convencido.
Me encanta lo que has hecho, a partir de ahora intentaré hacerlo yo también.
Besos!
Muchas gracias por comentar y me alegra que te haya inspirado.
EliminarYo he sido una compradora compulsiva y poco a poco me voy quitando de ese vicio. También tengo ropa con etiquetas sin usar y cuando las miro me siento mal.
Las compras con cabeza se disfrutan más.